El disparo


Son las 7:30 una mujer como cada noche ha encendido una luz en su alma, se ha tapado los ojos con una banda y ha soñado con una feria inmensa. Está noche morirá, pero eso no  solamente lo saben el diablo y su amigo Ignacio, sino también yo, Elisa Arreola.

Primero la pusieron de espaldas sobre sus rodillas con las manos sobre la cabeza, el miedo escabulléndose por todo su cuerpo y su cara como una cereza, en manos de una boca inmensa, desprovista de atención. Su último pensamiento giraba en torno del hombre con cara de chaman y las mil lenguas que le sobresalían. Yo no pude intervenir y ella no vio mi cara benévola y una caricia de lastima sobre su cabeza. Después le colocaron la punta del rifle en el pelo y no tuvo tiempo ni de recordar ni de presagiar los mil besos interrumpidos que no podrá dar, los abrazos que no recibirá, el sabor de las naranjas, el olor del romero, el hecho de abrir los ojos y no saber lo que mirara, una vida adentro y las lágrimas perdidas.  El hombre se encomendó al diablo, estiró las manos y aflojó el dedo, le disparó. Arrojó su cuerpo en cualquier basurero cercano y regresó a casa listo para hacer cuentas, compró un reloj nuevo y vio televisión. Se mofó de su suerte y cantó victoria, sus brazos le parecieron fuertes y su cara coqueta.

Son las 7: 35 una mujer se ha levantado de su cama, un hombre le ha advertido de su basura en llamas, ha salido con un balde de agua. Él se ha colocado detrás de ella, le ha tapado la boca, la ha subido a su Nissan. Una vez más yo, Elisa Arreola, rogare porque alguien me salve, me cubra de rosas y me arrope en sus alas. Yo ya sabía que me iba a matar……

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