Ficticios
La esposa fiel
Nunca, nunca, nunca entres con un hombre que te gusta a su oficina sin hacer nada porque malos pensamientos te pueden perseguir hasta en la cocina, sino pregúntale a tu abuelo. Murió de una indigestión.
Se había quedado blindada con el escapulario de su desnudez sobre el trigo de su ojo. Se había quedado como mazorca viviendo adentro del sol. Se había quedado como la espuma de cerveza que gotea en el pantalón a altas horas de la madrugada. Se había quedado como lengua jugando con su paleta antes de quitarle el sabor porque algo era seguro: le circulaba la sangre en todas las lunas.
Nunca, nunca, nunca entres con un hombre que te gusta a su oficina sin hacer nada porque malos pensamientos te pueden perseguir hasta en la cocina, sino pregúntale a tu abuelo. Murió de una indigestión.
Se había quedado blindada con el escapulario de su desnudez sobre el trigo de su ojo. Se había quedado como mazorca viviendo adentro del sol. Se había quedado como la espuma de cerveza que gotea en el pantalón a altas horas de la madrugada. Se había quedado como lengua jugando con su paleta antes de quitarle el sabor porque algo era seguro: le circulaba la sangre en todas las lunas.