Imaginaria
En el pueblo se escuchaba únicamente el silbido del viento. El olor a sangre se pronunciaba conforme avanzaba por las casitas de madera y los pájaros terminaban de secarse. Todavía masticaba la carne de una niña cuando algo me golpeó en la cabeza.
Tres mujeres-ave me sometieron en el suelo. Sabía que algo se acercaba de prisa cuando pude contemplar sus cien patas mortíferas y la piel verde. Un cienpiés gigante me clavó sus patas en mi cuerpo delante de la plaza. Los ancianos salieron de sus casas para festejar mi muerte, sin embargo, no pude advertirles que al secarse mi carne el resto de la tierra quedaría en sombras.
Después de mi muerte, las mujeres-ave no pudieron controlar el contagio de mi extraña enfermedad en el resto del pueblo. Se fueron con los gusanos a Imaginaria, el lugar de las sirenas. Los ancianos convocaron a una junta extraordinaria, no podían permitir el exterminio de los niños ni que el tiempo avanzará más rápido. Entre más muertes había más cerca estaba el abismo de llevarse al pueblo.